lunes, 26 de abril de 2010

SIBERIA

La visión de Siberia desde el aire es sobrecogedora. A 10.000 metros de altura, como una mota diminuta colgada en el techo de la estepa, uno se siente verdaderamente insignificante ante tanta inmensidad. Kilómetros y kilómetros de tierra helada y plana, hasta donde abarca la vista, limitada solamente por el horizonte que da paso a un cielo intensamente azul y adornado el blanco suelo por jirones de tierra oscura, la cicatriz retorcida de algún río y los lagos mansos que salpican el paisaje.
Esta vastedad se me antoja comparable únicamente al mar. Podría decirse que estamos ante un mar de tierra y hielo, en calma ahora pero bajo la amenaza constante de la tempestad. Un lugar terrible para vivir pero, a su vez, tremendamente hermoso. Uno puede imaginarse como era el mundo, nuestro mundo, la Europa occidental, hace 50.000 años, en aquél tiempo mítico en que los mamuts, los rinocerontes lanudos y los neandertales dominaban los gélidos territorios del viejo continente, cuando el primer Homo sapiens no había plantado aún su huella firme, de colonizador africano, en las tierras de Europa.
Poco más allá-¡que pequeño se hace el mundo cuando uno viaja en avión!- el mar del norte y el mar blanco, antesalas del ártico con sus inmensos bloques de hielo flotante. ¡Cuánto mundo por descubrir para una vida tan breve! Cada día que pasa amo más a este pequeño planeta nuestro, tan hermoso y frágil.





domingo, 25 de abril de 2010

Primavera

Como cada primavera desde hace quién sabe cuantos siglos -y que sigan siendo muchas más- los sapillos corredores aparecen por cientos en los suelos arenosos de los pinares costeros. Las lluvias pasadas han dejado suficientes charcas temporales para encender los ardores de los machos que, a su vez, han atraido a las hembras receptivas con sus cantos. Juntos han sembrado de vida esas pequeñas charcas, con sus hileras de huevos oscuros que a estas alturas se han convertido ya en vivarachos renacuajos que animan el fondo de los charcos.
Dentro de un par de semanas, quizá, los que sobrevivan saltarán a tierra transformados en diminutas réplicas de sus padres y volverán a alegrar las arenas corriendo de un lado a otro, como una tupida alfombra viva, intentando comer sin ser comidos y esperando la próxima primavera para perpetuar el ciclo de la vida.
Les deseo la mejor de las suertes en esta gran aventura.


Sapo corredor (Bufo calamita)