Dice un buen amigo mío que el trompeteo de las grullas es el sonido del invierno, y creo que no le falta razón. Probablemente no haya en nuestras latitudes un eco más característicos de los fríos invernales que el reclamo gutural de las zancudas norteñas, reclamo ancestral, porque las grullas han acompañado al hombre en la comarca de La Janda desde tiempos prehistóricos, como demuestran las representaciones de estas aves en las pinturas rupestres del Tajo de las Figuras.
Las grullas que hoy podemos contemplar en los meses fríos proceden de muy lejos. Han venido volando desde las lejanas tundras donde nacieron, en el norte de Europa (Alemania, Suecia, Noruega o Finlandia) a tomar posesión en sus cuarteles de invierno, atravesando los Pirineos por los collados más accesibles para evitar los peligros de las altas cumbres y cruzando la península hasta llegar al extremo más meridional del continente europeo. Aquí, al igual que en las dehesas castellanas y extremeñas, se dedicarán a pasar los meses fríos alimentándose de brotes, semillas, frutos, invertebrados o bellotas donde las haya. Recuperarán así las fuerzas y harán acopio de grasa para el viaje de regreso a sus tierras natales terciando la primavera.
Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que nuestras grullas eran nativas, nacían aquí, en La Janda, cuando esta era aún una extensa laguna. No hace tanto que dejaron de hacerlo: la última cita de cría en la comarca se calcula hacia mediados del siglo pasado, justo antes de que se desecara la laguna en 1.952. Ya por entonces las grullas reproductoras eran escasas, debido sobre todo a la presión humana. Las grullas son aves retraídas, que precisan de un espacio vital bastante amplio, de modo que no nos dejarán acercarnos a observarlas mucho más de unos 150 metros.Y es comprensible que así sea, ya que la influencia del hombre sobre las grullas y su entorno ha sido devastadora, desde la recolección de huevos y la caza hasta la destrucción de sus zonas de cría, descanso o alimentación, hasta el punto de que estas aves se han visto incluso obligadas a cambiar sus rutas de migración en el interior de la península ibérica con respecto a las que usaban hace algo más de 50 años.
Hoy las grullas que vemos son inmigrantes pero no por ello dejan de ser un espectáculo digno de contemplar. Los campos de cultivo de arroz y cereales de la antigua laguna desecada se pueblan cada invierno por los grupos familiares de zancudas –generalmente dos adultos y un joven del año- que se agrupan en unidades mayores para formar una bandada más o menos dispersa. La población de La Janda en los últimos años rondaba en torno a los 600 ejemplares pero este año la invernada ha sido importante, llegando quizá a superar las 1.000 grullas invernantes.
Grupo familiar de grullas en La Janda
Dentro de algunas semanas, cuando el fotoperiodo ponga en marcha su reloj biológico y les indique que es hora de partir, pondrán de nuevo rumbo al nordeste para cumplir con su deber procreador. Y unos meses más tarde, sobre el horizonte de la depresión jandeña volverá a oírse un día su inconfundible trompeteo anunciando que, definitivamente, ha llegado el invierno.