sábado, 26 de febrero de 2011

BÚHO CAMPESTRE (ASIO FLAMMEUS)




Estos días he tenido oportunidad
de disfrutar de un ave que pocas veces había podido observar tan cerca, en tanta cantidad y con tanto detenimiento. Se trata de la lechuza campestre (Asio flammeus) o búho campestre en su denominación más moderna y más acertada, porque esta rapaz perteneciente a la familia de los estrígidos comparte más cosas en común con los búhos que con las lechuzas. Tanto es así que comparte género con su pariente cercano el búho chico y los anglosajones la llaman “búho de orejas pequeñas” para diferenciarla de este, al que llaman “búho de orejas grandes”. Aprovecho para aclarar que las llamadas “orejas” de los búhos no son tales, sino penachos de plumas que nada tienen que ver con la audición y sí con la función de desdibujar la silueta de su propietario para hacerle pasar desapercibido ante presas o enemigos, además de reflejar el estado de “animo” del ave.

El búho campestre es un visitante invernal de nuestras tierras sureñas. Procedente del norte de Europa, como tantas otras aves, viajan hasta latitudes más meridionales cuando el frío aprieta y los topillos y lemings –su alimento predilecto en sus tierras de origen- escasean. Sin embargo, desde hace algunas décadas algunas poblaciones de estas aves se han quedado en la península todo el año y se han convertido en nidificantes, especialmente en Castilla-León y algunas zonas de Cataluña. La razón de este hecho inusual parece residir en las plagas de topillos que se dan en esas tierras y que garantizan una constante fuente de alimento para los búhos campestres y sus pollos.

Pero aquí en el sur, esta especie sigue siendo estrictamente invernante. Las primeras comienzan a aparecer en el mes de septiembre y las últimas se marchan en abril, aunque los picos máximos de la migración se concentran en la primera quincena de noviembre (postnupcial) y la segunda quincena de marzo (prenupcial). Durante todo el invierno es posible verlas en sus hábitats más habituales: las marismas y salinas del Parque Natural de la Bahía de Cádiz y praderas y campos de cultivo de la campiña. En estas zonas predilectas suelen tener sus territorios de campeo y dormideros. En estos últimos suelen agruparse en pequeñas colonias difusas, con carácter defensivo y descansan generalmente en el suelo, donde se fabrican un encame entre la vegetación quedando perfectamente camufladas con el entorno gracias a su plumaje críptico, de color leonado con manchas y barras en la parte superior del cuerpo. Por eso a menudo es difícil detectar su presencia si no levantan el vuelo a nuestro paso. Sin embargo, esta especie tiene unas tendencias mucho más diurnas que el resto de miembros de su familia, lo cual facilita las posibilidades de observarla en vuelo, planeando y batiendo como un aguilucho, mientras caza, aunque su máxima actividad la desarrollan al amanecer o durante el crepúsculo. En vuelo es fácil distinguirla por su forma general de búho, con una ancha cabeza y las manchas oscura que presenta en las alas, una en la región carpal y otra en la punta de las primarias.

Posado, el búho campestre presenta también unos caracteres distintivos que le hacen inconfundible. Su tamaño, con una longitud de 37-39 cm y una envergadura que varía entre los 95 y los 110 cm permite incluirla entre los búhos de mediano tamaño, al igual que el búho chico. Sin embargo, a diferencia de este, el campestre posee orejas de mucho menor tamaño, como ya se ha dicho, y sus ojos son de un color amarillo brillante (a diferencia de los del búho chico, que son anaranjados). Por último, las regiones ventrales son muy claras, con zonas prácticamente blancas manchadas por un barreado muy profuso de color pardo. Las garras, al igual que en el resto de los búhos, cuentan con cuatro dedos, opuesto el cuarto de ellos para hacer presa, cubiertos por su parte superior de plumas aproximadamente en dos tercios de su longitud y armados de poderosas uñas oscuras.

El tipo de hábitat que utiliza el búho campestre es muy parco en posaderos altos, por lo que su técnica de caza se basa fundamentalmente en prospecciones aéreas del terreno, combinando planeos con aleteos e incluso algún cernido. Esta misma falta de posaderos, junto con el hecho de que se trata de una especie a la que le gusta el suelo, hace que sus descansaderos se encuentren directamente sobre el terreno. Se pueden distinguir por la maleza aplastada, formando una concavidad oblonga del tamaño del ave y donde podemos encontrar egagrópilas de diferente antigüedad. Las egagrópilas son pelotas que muchas aves expulsan por la boca formadas por todos aquellos materiales indigeribles de sus presas (pelo, plumas, huesos, caparazones, etc) y que sirven para darnos información sobre la dieta de cada especie, ya que son distintas entre sí. Las egagrópilas del búho campestre son de mediano tamaño y de forma variable, generalmente alargadas pero también más redondeadas y con unas dimensiones que oscilan entre los 2,5 cm de ancho por 4-6 cm de largo. En la zona donde las he recogido se componen principalmente de pelo y huesos de roedores, aunque hay presencia menos significativa también de restos de insectos.













Egagrópilas de búho campestre


Encame de búho campestre mostrando una panorámica del hábitat donde se ubica.


Egagrópilas de diverso tamaño y forma



domingo, 23 de enero de 2011

ES TIEMPO DE GRULLAS


Dice un buen amigo mío que el trompeteo de las grullas es el sonido del invierno, y creo que no le falta razón. Probablemente no haya en nuestras latitudes un eco más característicos de los fríos invernales que el reclamo gutural de las zancudas norteñas, reclamo ancestral, porque las grullas han acompañado al hombre en la comarca de La Janda desde tiempos prehistóricos, como demuestran las representaciones de estas aves en las pinturas rupestres del Tajo de las Figuras.

Las grullas que hoy podemos contemplar en los meses fríos proceden de muy lejos. Han venido volando desde las lejanas tundras donde nacieron, en el norte de Europa (Alemania, Suecia, Noruega o Finlandia) a tomar posesión en sus cuarteles de invierno, atravesando los Pirineos por los collados más accesibles para evitar los peligros de las altas cumbres y cruzando la península hasta llegar al extremo más meridional del continente europeo. Aquí, al igual que en las dehesas castellanas y extremeñas, se dedicarán a pasar los meses fríos alimentándose de brotes, semillas, frutos, invertebrados o bellotas donde las haya. Recuperarán así las fuerzas y harán acopio de grasa para el viaje de regreso a sus tierras natales terciando la primavera.

Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que nuestras grullas eran nativas, nacían aquí, en La Janda, cuando esta era aún una extensa laguna. No hace tanto que dejaron de hacerlo: la última cita de cría en la comarca se calcula hacia mediados del siglo pasado, justo antes de que se desecara la laguna en 1.952. Ya por entonces las grullas reproductoras eran escasas, debido sobre todo a la presión humana. Las grullas son aves retraídas, que precisan de un espacio vital bastante amplio, de modo que no nos dejarán acercarnos a observarlas mucho más de unos 150 metros.Y es comprensible que así sea, ya que la influencia del hombre sobre las grullas y su entorno ha sido devastadora, desde la recolección de huevos y la caza hasta la destrucción de sus zonas de cría, descanso o alimentación, hasta el punto de que estas aves se han visto incluso obligadas a cambiar sus rutas de migración en el interior de la península ibérica con respecto a las que usaban hace algo más de 50 años.

Hoy las grullas que vemos son inmigrantes pero no por ello dejan de ser un espectáculo digno de contemplar. Los campos de cultivo de arroz y cereales de la antigua laguna desecada se pueblan cada invierno por los grupos familiares de zancudas –generalmente dos adultos y un joven del año- que se agrupan en unidades mayores para formar una bandada más o menos dispersa. La población de La Janda en los últimos años rondaba en torno a los 600 ejemplares pero este año la invernada ha sido importante, llegando quizá a superar las 1.000 grullas invernantes.

Grupo familiar de grullas en La Janda


Dentro de algunas semanas, cuando el fotoperiodo ponga en marcha su reloj biológico y les indique que es hora de partir, pondrán de nuevo rumbo al nordeste para cumplir con su deber procreador. Y unos meses más tarde, sobre el horizonte de la depresión jandeña volverá a oírse un día su inconfundible trompeteo anunciando que, definitivamente, ha llegado el invierno.